01 marzo 2010

Creo que esto se acaba

31 diciembre 2009

38. Mi regalo de Navidad


Estamos sentados en la mesa pequeña de la izquierda del local rojo al que, aunque no te lo haya dicho, yo también llevo a mis conquistas. Vuelvo a pensar que te aburres, que me aburres, que me quiero ir a casa a dormir o echar un polvo en la tuya. Sin embargo y de repente, tras una pregunta absurda, me regalas la más sublime y envidiable historia de amor.

Nunca te lo he dicho, pero me cuesta muchísimo crear imágenes mentales y conseguir canalizar las palabras que llegan a mi cerebro en movimiento y color. No sé muy bien por qué, pero las tuyas aparecieron allí, entre mi caña y tu capuccino, en el plato de panchitos que ya había devorado hace diez minutos. Allí estaban su erección, tu esponja, su pierna supurante, su pelo largo, el avión que os llevó de una isla a otra... A pesar de que no los mencionaras, también aparecieron tus suspiros, los suyos, los ojos convertidos en cuchillas que, aunque digas que no lo sabes, seguro que te reclamaban, que deberían haberte maniatado y secuestrado. Te pidió que le acompañaras, que volaras, que bajaras con él. Antes de dormirse, de anular su cuerpo y su conciencia, como sólo sabías hacer, te dijo que estabas viendo su interior. Lo viste, lo llevabas días viéndolo y no te atreviste a abrirle, a quitarle con cuidado el papel a aquél regalo que te llegó en forma de tibia fracturada.

Te debo un regalo para Navidad, pero creo que te lo daré un poco más tarde, porque voy a estar algo liado. Mañana saco los billetes para Menorca. Le buscaré por todas las canchas de baloncesto, por todas las playas, todos los lugares de algodón de azúcar que deberíais estar respirando. Prometo ponerle un lazo bonito.

18 diciembre 2009

37. Segundo round


Tranquilo, no es nada personal. Leo demasiado a Almudena Grandes y siempre he pensado que las primeras citas son una especie de batalla dialéctica en la que he de aparentar ser el más ingenioso e inteligente de los dos. Eso, unido a lo mal que me sienta perder, hace que tome esta actitud cuando conozco a alguien"

El problema entre tú y yo es que alargué la batalla y decidí seguir dándote derechazos en la mandíbula. Me cargué a la espalda un armamento que, a pesar de que estaba hecho de humo, pesaba cada día más. Simulaba que te disparaba, que acuchillaba tu piel, pero tú nunca sangrabas. Te me presentaste como inmortal y yo, estúpido de mí, me lo creí. No me di cuenta de que, en realidad, era yo el que no sabía herirte, el que no era capaz de matarte.

Mis instintos asesinos nacieron casi el primer día, y todo por una infantil lucha por sacar las mejores notas. Ambos pensábamos que tú eras un 8'5, casi un sobresaliente. Yo, por el contrario, por mucho que intentáramos subirnos la media, me quedaba en el 5 raspado. No sé muy bien cómo llegué a sumergirme en tu sistema de calificación, porque nunca llegué a comprenderlo. Sin embargo, ahí estaba, siempre, sin dejar de evaluarme un minuto. Tú eras la matrícula, yo el suficiente, el que no era ni un cabrón, el que ya sabía cómo eras, el que se enfadaba, el que sospechaba, el que te esperaba sentado en el sofá. Siempre cedí, horizontal y verticalmente, para que cada día fueras un poco más grande, para que siguieras aplastando a los aprobados con tu excelencia académica en las relaciones. Fui el débil, el mosquito tonto que va hacia una luz que irradiabas, cuya fuente de alimentación todavía desconozco.

Quiero herirte, a pesar de que no tenga motivos. Quiero que sangres de una vez, que llores y caigas rendido al suelo. Quiero ver borbotones, que me pidas clemencia mientras te sigo patenado. Quiero arañarte por dentro, clavarte las garras y destriparte. Quiero marcarte de por vida, estimagtizar tu mente y tu pecho, para que no vuelvas a ser el mismo, para que acabes yendo a septiembre.

El segundo round ha comenzado. ¿Preparado?

11 octubre 2009

36. Bienvenido

Y vuelta a empezar. Es un alivio que no leas esto, en serio, aunque en el fondo, todo sea más por mí que por ti. Tú sólo eres el factor que agrava la situación, con tu abuela muerta, tu pecho desierto y tu historial delictivo. Quizá todo resida en mí, en mi falta de iniciativa a pesar de que me acuchilles con tus pupilas, en lo despistado que soy para mi medicación, en lo gilipollas que resulto cuando me autoconvenzo de que yo he de llevar la riendas, de que he de ser duro. Todo eso, y en las ganas que tengo de fagocitar(te), por supuesto.

Prometí no mezclar escritura con edulcorantes, ni dedicar posts ni blogs a aquellos que calman mis instintos básicos. También pensé lo mismo de las espirales, de las dudas destructivas y de las muertes súbitas de mis estados de ánimo. Sin embargo, aquí están y aquí estás. Aquí estamos. Bienvenido.

19 septiembre 2009

35. Hoy

Hoy, el despertador ha sonado a las 10 porque los viernes no tengo clase. He desayunado zumo de naranja y un paquete de Oreo. Me he duchado y he revisado Facebook y el correo. Me he vestido. Me he puesto la camisa blanca de cuadros, la rebeca negra, los pitillos de Bershka y los zapatitos ingleses. He cogido el bus a las 11.15 y he llegado a Avenida de América a menos veinte. En Tribunal me he encontrado con Antonio. Llevaba casi un año sin verle. Me ha dicho que en diez días se le acaba su contrato con Radio 3 y hemos recordado a San Frutos y los pisos feos. Me he bajado en Plaza de España, pero había quedado con Leti en Banco de España. He cogido un bus para bajar Gran Vía. Hemos ido a la exposición de Annie Leivobitz. No me ha gustado demasiado, aunque sus hijas son monérrimas. He comido en Rodilla, un sándwich de champiñones y anchoas, otro de atún y maíz y un croissant vegetal. He cogido el tren en Sol, me he bajado en Nuevos Ministerios, he ido hasta Colombia y de ahí a Duque de Pastrana. He llegado a trabajar diez minutos antes. He vagueado bastante, como siempre. Me he tomado dos capuchinos. He salido de trabajar a las 7 y a las 8 he quedado con Silvia, Emma y Sara. Luego, han venido Ester y Alberto. Hemos ido al De fábula, y he tomado dos cañas con limón, una de bravas y una de pollo con pimientos. Alberto me ha bajado a casa. He llegado a las 23.45. En diez minutos, me iré a dormir.

Ésta es la única forma que tengo para no escribir sobre ti hoy. Feliz Noche en Blanco.

23 agosto 2009

34. Sin título

Me niego a reírme, por muchas ganas que me entren. Debería llorar, patalear entre mocos y babas, pero no lo consigo. Sólo puedo reír hasta que se me saltan las lágrimas, hasta que llego a creer que el estómago me va a estallar. En el fondo, estos días han sido divertidos, sucios y pringosos, pero divertidos.

Últimamente maquino demasiado. Hacía tiempo que no lo hacía. Pienso en lo frío que seré cuando ya no ría más, cuando me vaya despacito mientras crees que todo está bien. Pienso en caramelos, en piruletas de muchos sabores, productos sustitutivos del supuesto alimento que debería nutrirme y que he debido perder al fondo de la nevera. Pienso en los dramas, en las prioridades, en los agobios. Pienso en gatitos abandonados, mojados y constipados. Pienso en las adicciones, en el mono que se diluye, porque quizá siempre estuvo envuelto en almíbar, demasiado dulce para llegar al verdadero sabor del fruto.

Las (nuestras) canciones están cambiado de significado. Tengo miedo.

15 agosto 2009

33. Uno de ellos

Él, que hacía años que había construido su coraza, se sintió solo entre tanta gente. Hubiera matado por ser cualquiera de ellos, a pesar de lo que todo eso conllevaba. En cambio, para no echarse a llorar o para no quedarse agazapado y escondido bajo aquélla cama prestada, reforzó las paredes de su refugio con miradas de superioridad, sonrisas de medio lado y movimientos de cabeza, de un lado a otro.

Lo efímero, lo accesorio, lo transitorio, lo irreal. Sabía que todo aquello era así, no porque ya lo hubiera vivido, sino porque sí podía mirar desde más arriba, porque sí creía conocer el verdadero significado de aquellas palabras que se repetían una y otra vez, en voz alta, incluso se cantaban y escribían. Como siempre, creía saberlo todo, pero, pobre de él, no sabía nada. No sabía que él sonreiría como un idiota entre abrazo y abrazo, entre te quieros y cuídates. No sabía que los besos largos y las palmadas en la espalda, por muy falsas que fuesen, dejaban un sabor tan bueno, tan dulce, incluso horas y días después. Sí, formaba parte de aquello, más o menos, a destiempo, quizá demasiado tarde, pero él estaba dentro.

Sin embargo, también como siempre, su fingido estatus, aquél que le permitía mantenerse en pie, no le dejará admitir una verdad tan contradictoria: que les va a echar de menos; que él debería haber sido uno de ellos.