31 diciembre 2009

38. Mi regalo de Navidad


Estamos sentados en la mesa pequeña de la izquierda del local rojo al que, aunque no te lo haya dicho, yo también llevo a mis conquistas. Vuelvo a pensar que te aburres, que me aburres, que me quiero ir a casa a dormir o echar un polvo en la tuya. Sin embargo y de repente, tras una pregunta absurda, me regalas la más sublime y envidiable historia de amor.

Nunca te lo he dicho, pero me cuesta muchísimo crear imágenes mentales y conseguir canalizar las palabras que llegan a mi cerebro en movimiento y color. No sé muy bien por qué, pero las tuyas aparecieron allí, entre mi caña y tu capuccino, en el plato de panchitos que ya había devorado hace diez minutos. Allí estaban su erección, tu esponja, su pierna supurante, su pelo largo, el avión que os llevó de una isla a otra... A pesar de que no los mencionaras, también aparecieron tus suspiros, los suyos, los ojos convertidos en cuchillas que, aunque digas que no lo sabes, seguro que te reclamaban, que deberían haberte maniatado y secuestrado. Te pidió que le acompañaras, que volaras, que bajaras con él. Antes de dormirse, de anular su cuerpo y su conciencia, como sólo sabías hacer, te dijo que estabas viendo su interior. Lo viste, lo llevabas días viéndolo y no te atreviste a abrirle, a quitarle con cuidado el papel a aquél regalo que te llegó en forma de tibia fracturada.

Te debo un regalo para Navidad, pero creo que te lo daré un poco más tarde, porque voy a estar algo liado. Mañana saco los billetes para Menorca. Le buscaré por todas las canchas de baloncesto, por todas las playas, todos los lugares de algodón de azúcar que deberíais estar respirando. Prometo ponerle un lazo bonito.

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