La mayoría de la gente no sabe que es tu primera vez. Te da vergüenza contarlo, porque tienes miedo a que te tilden de chico pobre del extrarradio o de chavalín que va de cool pero no conoce mundo. Las manos te sudan. Agarras con fuerza el libro y te aseguras de que el cinturón está bien sujeto. Despegas. Esto no sube, esto no sube, esto no sube. Al final lo hace. Tras dos horas de vuelo, el avión comienza a aterrizar. Para dar la vuelta, gira sobre su propio eje y se inclina hacia la derecha. Tu cuerpo cae sobre la pared y por la ventanilla ves como desciendes. En ese momento piensas que vas a morir, porque la estructura del avión no puede tener más de medio metro y no va a poder aguantar tu peso. Sin embargo, esa pared, tan minúscula, tan insignificante, es lo que te mantiene vivo, lo que evita que caigas al vacío y mueras estampado contra el suelo o ahogado en el mar.
Creo que esa pared se ha esfumado y yo he comenzado a descender.
Y caigo, y caigo, y caigo...
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