15 agosto 2009

33. Uno de ellos

Él, que hacía años que había construido su coraza, se sintió solo entre tanta gente. Hubiera matado por ser cualquiera de ellos, a pesar de lo que todo eso conllevaba. En cambio, para no echarse a llorar o para no quedarse agazapado y escondido bajo aquélla cama prestada, reforzó las paredes de su refugio con miradas de superioridad, sonrisas de medio lado y movimientos de cabeza, de un lado a otro.

Lo efímero, lo accesorio, lo transitorio, lo irreal. Sabía que todo aquello era así, no porque ya lo hubiera vivido, sino porque sí podía mirar desde más arriba, porque sí creía conocer el verdadero significado de aquellas palabras que se repetían una y otra vez, en voz alta, incluso se cantaban y escribían. Como siempre, creía saberlo todo, pero, pobre de él, no sabía nada. No sabía que él sonreiría como un idiota entre abrazo y abrazo, entre te quieros y cuídates. No sabía que los besos largos y las palmadas en la espalda, por muy falsas que fuesen, dejaban un sabor tan bueno, tan dulce, incluso horas y días después. Sí, formaba parte de aquello, más o menos, a destiempo, quizá demasiado tarde, pero él estaba dentro.

Sin embargo, también como siempre, su fingido estatus, aquél que le permitía mantenerse en pie, no le dejará admitir una verdad tan contradictoria: que les va a echar de menos; que él debería haber sido uno de ellos.

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