Ayer les vi por primera vez en el pasillo raro de Avenida de América (sí, ese que te hace subir de la línea 7 para volver a bajar y coger la 4) Según he leído, normalmente están en Sol, cerca de línea 1. Es una lástima que sólo haya encontrado esta foto. Están demasiado serios, demasiado tensos porque saben que alguien les está fotografiando. Hay que verlos en directo, en esa especie de burbuja que crean allá donde tocan, da igual la estación. Y digo tocan, sí, porque ambos son los responsables de sus creaciones, los que son capaces de generar momentos tan mágicos en los que la música se convierte en un simple añadido. Ambos siguen la partitura, ambos apoyan el violín bajo sus barbillas, ambos rasgan las cuerdas con el arco. Por eso no me enfado y la comparo con un simple caballete, con lo que a mí me gusta ir de feminista de palo por la vida. Por eso y porque se les ve felices, porque a pesar de que no se tocan, ni siquiera se miran, ambos desprenden e irradian algo que hace olvidar lo decrépito y el paso del tiempo, tanto que, por un momento, llegas a creer que el amor no tiene caducidad. Hoy, cuando he vuelto a subir para volver a bajar, un Rumano cantaba en playback. Quizá, por eso, mi día no ha sido tan bueno.
Madrileño. Amante de los 90, de sus chándales y sus series. Algo así como estudiante de periodismo y audiovisuales. Con varios Records Guinnes en su haber, entre ellos el de vaguear y comer deprisa. Baila en su habitación sin que nadie lo sepa. Canta en la ducha temas en spanglish y se saca mocos en los atascos. Le gusta el helado de tarta de queso con frutas del bosque y las contesas de turrón.
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