01 julio 2009

25. El ajuar de Ana

Marga no sabe que en el barrio le llaman la Bruja. Piensa que, si hablan de ella, tiene que ser por lo bien vestida que va siempre. Marga cree que la gente no sabe que ella misma se hace sus trajes y que tiene la terraza llena de patrones, hilos y telas. Cuando su hija cumplió diez años, decidió enseñarla a coser. Los sábados, de diez a doce, la sentaba en aquel taburete marrón y medio roído que compraron en Pryca y le enseñaba a poner la bobina en su sitio y a que los pespuntes no le salieran torcidos. Después, le obliga a pasar un trapo a los platos y a las cacerolas del ajuar que, desde que tiene cinco años, guarda en el armario izquierdo de la habitación de la niña.

El otro día, Marga se encontró en el autobús con Silvia, la mejor amiga de su hija en el cole. Está estudiando arquitectura. "¿Todavía sigues estudiando? Pues Ana ya lleva dos años trabajando en la peluquería y muy bien, muy contenta. Está mirando un piso con Pedro en el barrio nuevo". Cuando Silvia baja del autobús, mueve la cabeza de un lado a otro. "Pobre chica, 22 años y todavía estudiando"

Su hija, con 10 años, ya hacía divisiones con decimales. Su hija repitió tercero dos veces, la metieron en diversificación curricular y a duras penas pudo terminar la ESO. Su hija fue la primera a la que le salieron las tetas de entre sus amiguitas. Sin embargo, su regla fue la última en llegar, y eso que todas las noches rezaba por que le bajara. Incluso la llevó al médico un par de veces para preguntarle si todo iba bien, porque no era normal que una niña tan desarrollada todavía no tuviera la regla, cuando sus compañeras de cole, algunas casi planas, ya llevaban un año con ella. Ahora su hija es peluquera y se va a hipotecar de por vida con su novio en un piso de 90 metros a dos barrios del suyo. Pronto se quedará embarazada, dejará la peluquería y le enseñara a su hija (¡por Dios, que sea niña!) a confeccionar su propia ropa. Será feliz, tan feliz como ha sido ella en sus cuarenta años de casada. Cuando algún atisbo de duda o pena cruza su mente, se sube a la banqueta roída y pasa un paño a todas las piezas del ajuar. Alguien con unos platos tan bonitos nunca podrá ser infeliz, repite una y otra vez.

1 comentarios:

Mrs. Blogspot dijo...

No podría odiarte por este post. De hecho, iba a escribir uno parecido...xD

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